jueves, septiembre 13

VIDEO PROMOCIONAL DE LAS FUERZAS ARMADAS REVOLUCIONARIAS DEL PUEBLO (FARP)

FOTOS DE GRUPO GUERRILLERO EJERCITO POPULAR REVOLUCIONARIO















LA LUCHA EPERRISTA (LIBRO)

INTRODUCCIONES

Tres introducciones para un mismo libro. Y por si fuera poco, aquí, precediéndolas, una introducción a las introducciones. Todo esto es sumamente anormal. Nuestros lectores merecen una inmediata explicación.
Justifiquemos en primer lugar esta introducción a las introducciones, justifiquémosla diciendo que existe para justificar, por un lado para justificar la pluralidad de las introducciones, pero por otro lado para justificarse también a sí misma en su calidad de introducción a las introducciones.
Aclaremos en segundo lugar el hecho de que hayan tres introducciones. Si hay tres y no una, es porque en realidad, contra lo que parece, hay aquí tres libros, tres y no uno. Al igual que nuestros alegres lectores, que acabarán de percatarse ahora -mientras leen- de que han comprado tres libros por el precio de uno, al igual que ellos, nosotros, en el colmo de la felicidad, nos acabamos de percatar ahora -mientras escribimos- de que fueron tres los libros que escribimos por el esfuerzo de uno. Tres libros completamente distintos, que no coinciden ni en sus condiciones de publicación ni en su naturaleza ni en sus funciones: uno que tendría que haberse publicado en 1999, otro en el 2000 y otro más en el 2001; el de 1999 introducido en Francfort, el del 2000 en Oporto y el del 2001 en París; el primero, el fatalista de actualidad, aspirando a ser una iniciativa por la paz y contra la ignorancia; el segundo, el más comprometido y el menos ambicioso, resignándose a ser un modesto escaparate para la exhibición verbal; y el tercero, el casi académico, estimándose como una valiosa fuente historiográfica.
Espero que alguno de nuestros libros, alguno por lo menos, se amolde a cada uno de nuestros lectores, a cada uno de los que imaginamos como lectores: al realista que gira en el torbellino de las últimas noticias, en el único día que existe, en el hoy; al sensible que no deja de correr tras el sueño de un mañana mejor, el único día por el que puede hacerse algo, el único en el que los sueños se hacen realidad; al racional que se detiene, toma sus distancias y analiza lo que ocurre cuando ha ocurrido, siempre antes de ser analizado, siempre en el pasado, en el ayer, en el único día sobre el que no ignoramos todo. Los tres lectores son bienvenidos. Sus tres lecturas son igualmente válidas. Los eperristas luchan tanto en presente como en pasado y en futuro.
Los tres tiempos se han conjugado en el presente libro.

1. Francfort, 1999: Iniciativa por la Paz y contra la Ignorancia
El martes pasado, en una flamante mansión decorada con gusto exquisito y según las veleidades campestres y artesanales de la última moda, tuve el honor de cenar con ciertos amigos que pertenecen a la más prometedora, optimista y joven aristocracia de México. Entre ellos se encontraban un francés, un estadounidense y sus respectivas esposas, aparentemente criollas (es preciso insistir en el "aparentemente", puesto que ante las damas adineradas latinoamericanas jamás se está seguro si el aspecto criollo proviene de la casta, del azar o de los prodigiosos poderes de la cirugía plástica). Después de charlar en el salón principal acerca de pacientes neuróticos y demás frivolidades relativas a nuestra profesión de psicólogos -pasatiempo ejercido como profesión obviamente no por ellos sino sólo por ellas y por mí-, subimos unas escaleras para sentarnos en torno a una mesa redonda desde la que se gozaba de una magnífica vista panorámica sobre el vestíbulo y los interiores menos
íntimos de la casa. En dicha elevación tan privilegiada, y mientras saboreábamos un vino chileno y los platillos europeos que nos eran servidos por una muchacha de rasgos indígenas, se desarrolló un largo debate que verdaderamente desearía borrar de mi memoria, pues tuvo el efecto muy lamentable de irritar a mis gentiles anfitriones, pero al que habré de aludir en esta ocasión, violentándome sin clemencia, dado que resulta indispensable conocerlo para comprender cabalmente la más grande virtud que asignamos al presente libro, a saber, la de contribuir a la paz disipando la ignorancia. Tal vez mis lectores vayan a maravillarse cuando se hayan enterado, en este preciso momento, de que los tópicos debatidos con mis amigos giraron todos en torno al problema de la guerrilla en México. Juro solemnemente que yo no fui el culpable de que haya sido abordado tal problema en un ambiente como el descrito, un ambiente, sobra decirlo, en el que no se aspiraban otros aromas que no fueran los de la más pura honorabilidad, con lo cual resultaba de la más inapropiado para albergar escabrosas cuestiones de carácter revolucionario. Lo que probablemente ocurrió fue que mis buenos amigos, al percatarse de que me amargaban sus minuciosas alusiones a las inmensas fortunas de sus otros amigos más afortunados que yo -entre ellos algunas renombradas figuras de la política mexicana-, consideraron un gesto encomiable, oportuno y de muy buena educación, cambiar de tema y solicitar mediante insistentes preguntas mi dictamen del día acerca de un asunto que suele interesarle a los mexicanos de escasa fortuna.
Mis amigos y yo nos dispusimos, pues, a disertar acerca de la guerrilla en México. Tal vez si un sujeto como yo no hubiera estado presente -un sujeto que no es capaz de abominar todo lo que se debe a las guerrillas de su país-, la velada podría haber sido elegantemente revolucionaria, cordialmente revolucionaria, sin convertirse en el altercado verbal que tanto lamento. El caso es que algún atolondrado preparó la tragedia invitándome a cenar y algún otro atolondrado precipitó su desenlace dirigiéndome imprudentes preguntas sobre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el Ejército Popular Revolucionario (EPR). Mis respuestas, debo reconocerlo, fueron tan imprudentes como las preguntas. En un rústico arranque de sinceridad, ataqué aquello que yo perfectamente sabía que los contertulios defenderían a ultranza, esto es, la historia de una violencia practicada por indios tontitos y analfabetas manipulados por titiriteros inteligentes -léase blancos y metropolitanos- con intereses ocultos. En lugar de confirmar esta historia, la cual no carece ni de sentido común ni de lógica interna, cometí el despropósito de exteriorizar una interpretación de los hechos que será sabiamente menospreciada por los más distinguidos entre mis lectores mexicanos. Esta interpretación, compartida por algunos otros candorosos románticos, hace referencia a ciertas acciones violentas motivadas por la desesperación, bastante justificadas como defensa propia, y perpetradas por indígenas y blancos y mestizos -por humanos sólo humanos- con tanta inteligencia y tan manipulables como esos blancos de raza pura y nacidos por gracia de Dios en la ciudad o en el extranjero.

La reacción de mis ofendidos amigos no se hizo esperar. A un tiempo todos me acometieron con mayor o menor ímpetu, según fuera su propia identidad, su experiencia pretérita y su interés personal en la materia. La ofensiva más rápida provino de la anfitriona de la casa, una señora de abolengo - heredera de grandes extensiones de tierra en la Huasteca-, la cual, en un temerario movimiento táctico, decidió conducir el combate al terreno de la reforma agraria y remató sus razonamientos con la arrolladora conclusión de que "los indios lo perdieron todo por apendejarse y ahora no pueden tener justificación para quitárselo a quienes lo han ganado con su trabajo a lo largo de tantos años". Acto seguido, fui embestido en otro flanco por el impertérrito estadounidense, el cual alegó, con pésimo acento y excelente vocabulario, que "a los indios se les debía educar en lugar de soliviantarlos" y que "la violencia no estaba justificada en ninguna circunstancia". La esposa de este último agresor,
una joven mujer a la que siempre he admirado por su franqueza y su honestidad, se limitó a expresar un sinnúmero de ideas impenetrables con movimientos de cabeza indescifrables y balbuceos ininteligibles, aunque pocos minutos después, dentro de su automóvil, me confesó, asestándome un golpe que me subyugó y me dejó sin aliento, que a su juicio todos los problemas de México emanaban del hecho patente, "sin duda una de las justificaciones de la guerrilla", de que las mujeres se dejaban embarazar con excesiva frecuencia y facilidad, razón por la cual, ella, actuando consecuentemente, seguía la norma de "nunca dar limosna a las Marías que nomás piden dinero en las esquinas y que si uno les ofrece trabajo nunca lo aceptan". Finalmente, con el veredicto del avispado galo, que fue tan sencillo como abrumador, se consumó el glorioso triunfo de mis adversarios: "muy probablemente haya justificaciones para la guerrilla, pero no se conocen con exactitud, así que mejor disfrutemos de estos momentos y olvidémonos de los zapatistas y los eperristas". Ciertamente los sofisticados y bien estructurados juicios de mis amigos han sido simplificados, aunque no con ánimo de ridiculizarlos, sino involuntariamente, como consecuencia de mi precaria memoria y de mi aún más precario entendimiento. No obstante, lo esencial que me he propuesto demostrar lo he demostrado, y es que todos estos juicios, tan habituales en la más alta y culta sociedad mexicana, descansan en un completo desconocimiento de las argumentaciones -reales o ficticias- con las que explican los propios guerrilleros su opción por la violencia. Alcanzo a recordar que a lo largo de nuestra discusión, una y otra vez, fui interrumpido con recatadas exhortaciones para que revelara las razones, las inimaginables razones, con las que osaría justificar algo tan nocivo y depravado como el EPR y el EZLN. Esta específica ignorancia de mis amigos no invalida sus juicios, puesto que su competencia en la versión oficial de la historia es grande y erudita, casi tan grande y erudita como la competencia de los guerrilleros en la versión subversiva. Los juicios de mis amigos, digámoslo de una vez, poseen tanto fundamento como los juicios de los eperristas, pero aun en el caso de que no lo poseyeran, no por ello tendrían menores posibilidades de ser verdaderos (todos sabemos que entre los seres humanos la verdad es una cosa bastante arbitraria que no suele estar condicionada por nada externo a ella, ni siquiera por la realidad a la que se remite).

Lo único de lo que cojean los juicios de mis amigos, los cuales no porque cojeen han de ser declarados inválidos, es, repito, aquella ignorancia casi total con respecto a las argumentaciones con las que la propia guerrilla explica su existencia. Dicha ignorancia puede ser censurable hasta cierto punto en el caso de los zapatistas, considerando la gran divulgación de la que han sido objeto las palabras del subcomandante Marcos; no obstante, en el caso de los eperristas, incurriríamos en una grave injusticia -tan grave como las denunciadas por la guerrilla- si condenáramos a aquellos ciudadanos que se han preocupado por adquirir un periódico todas las mañanas, que han buscado siempre con avidez las notas que conciernen al EPR, y que al final, invariablemente, han terminado leyéndose de cabo a rabo las mismas opiniones y noticias baratas acerca de los disparos de la guerrilla. A estos pobres ciudadanos, entre los que se cuentan mis opulentos amigos, no se les ha permitido comprar jamás, a ningún precio y en ningún sitio, ni en Coyoacán ni en Los Angeles ni en Madrid, las palabras de los eperristas, sus propias palabras, sus propias y valiosas justificaciones para los disparos. La culpa de la situación descrita, seamos contundentes, no es de los que no están informados sino de los que no informan.
En México y en el mundo, los periodistas han optado por seleccionar las noticias que suministran acerca del EPR de acuerdo a los rigurosos criterios impuestos por la Secretaría de Gobernación o por algún otro ente abstracto.
De este modo, los medios autodenominados informativos han llegado a ser desinformativos hasta extremos insospechados. Ellos y sólo ellos son los culpables de la insuperable ignorancia de quienes lamentan la ignorancia de aquellos analfabetas que nunca ignoran tanto como los asiduos lectores de la mayor parte de la prensa escrita... ¿Cómo asombrarse de que el EPR dispare sus fusiles si únicamente son sus disparos y no su palabra -pero sí la palabra del gobierno mexicano acerca de
ellos- lo que los medios eligen para propagar como noticia? ¿Con qué derecho condenar las manifestaciones violentas de inconformidad si no se han abierto, ni siquiera en los medios más informativos de México y del mundo, unos espacios que sean suficientemente vastos para manifestar la inconformidad de manera pacífica?
Para liquidar sin guerra una guerra primero hay que entender la guerra que no es lo mismo que disculparla-, escuchar a los guerreros, tolerar su palabra, comprender por qué hacen la guerra. En este sentido es válido afirmar que el presente libro es una iniciativa para la paz y contra la ignorancia. Dentro de él resuenan las palabras del EPR, sus razones para tomar las armas y sus exigencias para dejarlas, es decir, las causas supuestas de la guerra y las condiciones posibles para la paz.
Ni María Luisa ni yo aspiramos a desencadenar un proceso de diálogo y negociación con nuestra insignificante iniciativa. Inclusive presentimos que ni siquiera las cuatro personas con las que cené la noche del martes modificarán sus convicciones al descubrir todo lo que el EPR tiene que decirles. No nos sorprendería que las palabras de los guerrilleros fueran descalificadas por estar unidas a la violencia, o bien que fueran despreciadas como una sarta de mentiras o de excusas vacías, y que al final, en uno y otro caso, terminaran deslizándose por la superficie impermeable de aquellas corazas medievales con las que franceses escépticos, norteamericanos pacifistas y mexicanas temerosas se protegen y protegen a sus familias contra cualquier amenaza para su bienestar zedillista.
Los argumentos con los que el EPR justifica su opción por la lucha armada pueden ser rechazados, ya sea parcial o totalmente, pero mejor sería que antes de ser rechazados fueran conocidos. Contribuir a este conocimiento será el propósito de las siguientes páginas. En ellas se presentará por primera vez la versión íntegra de una dilatada entrevista que ha tenido lugar durante los últimos ocho meses en el ciberespacio. A fin de complementar esta entrevista, que no será bien recibida por quienes todavía estén aferrados al mundo real, daremos aquí parte de una segunda entrevista que se realizó en este viejo mundo, específicamente dentro de una lóbrega casa de seguridad del EPR, hace apenas dos días, esto es, la misma semana de la cena a la que me he referido en los párrafos anteriores. Sin duda le divertirá a mis pacientes lectores saber que en esa casa de seguridad, mientras desayunaba en compañía de los eperristas, un yo perverso desconocido por mí, quizás aguijoneado por aquel travieso antojo infantil de mortificar a monstruos y gigantes, le relató brevemente a uno de los entrevistados el debate que sostuve con mis amigos aristócratas. Después de haberme escuchado, mientras jugueteaban sus dedos con la tela de su capucha, el temible guerrillero estalló en una breve carcajada, y luego, con voz triste -demasiado triste como para seguir sin afectación a la risa precedente- comentó:
- Mucha gente, como esos amigos tuyos, no sabe nada de nosotros, y es por eso que desconfía, y que al final, por más que se resista, acaba creyendo en las mentiras que dice el gobierno. Es necesario que esa gente nos escuche. Por ahora no vale la pena discutir. Nomás se pierden los amigos y no sirve para nada. Antes de discutir se necesita saber algo de lo que se discute, y la gente no sabe casi nada, o lo que es peor, sabe muchas cosas que no son ciertas y con las que nos calumnia el gobierno. Antes de esas discusiones tenemos que ser escuchados. Mientras tanto, ni siquiera existen elementos que permitan a la mayoría de la gente hablar sobre nosotros... ¿Cómo se va a juzgar al EPR si ni siquiera se sabe lo que piensa? ¿Cómo se va a hablar de paz si ni siquiera se sabe lo que demandamos? La última pregunta que nos plantea nuestro estimado encapuchado, resume, con laconismo y claridad indignantes, la idea que me he esforzado por transmitir -al parecer ociosamente- a través de esta larga y oscura introducción. El presente montón de papel impreso, permítanme insistir en ello, representa una verdadera iniciativa para la paz y contra la ignorancia. Después de leer todas las siguientes páginas, sólo después de leerlas todas, nuestros lectores, entre los cuales desearíamos que se encontrasen los belicosos partidarios de la revolución o del exterminio de la guerrilla, sabrán lo que demandan los eperristas y habrán adquirido el conocimiento mínimo imprescindible para poder hablar acerca de la paz. Y no olvidemos que la paz, como todo lo demás en nuestra complicada y cotorra civilización, debe de hablarse antes de hacerse.
Para despejar presunciones policiacas, y evitar así uno de aquellos peligrosos malentendidos de los que se derivan en México un sinnúmero de molestias -entre amenazas, interrogatorios, torturas, encarcelamientos y homicidios-, es preciso aclarar que nuestra única relación con el grupo guerrillero se limita a las mencionadas entrevistas. Nuestra única relación, entiéndase bien, ha consistido en un intercambio de preguntas y respuestas cuyo fin es exclusivamente periodístico. La relación es pura y fría y superficialmente periodística.
No existe con los transgresores de la ley relación de ninguna otra índole, ni política ni militar ni solidaria ni económica. Nosotros no somos ni asesores ni portavoces ni colaboradores de este grupo clandestino, sino una rara especie de periodistas comprometidos con la verdad y con la paz, aunque sólo aficionados, emergentes e inexpertos.
Es necesario destacar, además, que María Luisa y yo diferimos sustancialmente de los planteamientos eperristas, los cuales nos desconciertan casi tanto como los que sostienen mis cuatro amigos aristócratas (a cuyas reuniones me temo que no volveré a ser invitado). Nuestra apreciación general, simplona como la de todos los mexicanos que viven en Europa y fatalista como la de todos los periodistas comprometidos con la verdad y con la paz, es que los diferentes sectores de la sociedad mexicana se han polarizado y radicalizado hasta el absurdo, hasta ese absurdo que a veces precede al caos y otras veces a la dictadura. Entre los polos, entre los dos bandos de radicales, se abre poco a poco un abismo de incomunicación que intentamos llenar con libros como el presente. Unos claman por el exterminio de las guerrillas. Otros aspiran al derrumbe del actual gobierno. Por nuestra parte, en el medio, no queremos ni la revolución ni la dictadura, ni pertenecemos al partido de los explotados ni al de los explotadores, ni tampoco al de los subversivos ni al de los conformistas. Pretendemos, con nuestras iniciativas de paz, ser unos más entre todos los intermediarios que ya existen. Esta vez, considerando que la palabra de una parte ya se había difundido lo que le correspondía, quisimos dar la palabra a la otra parte, a la que nadie o casi nadie ha escuchado todavía. Esa parte debe tener derecho a conducirse verbalmente, civilizadamente. Si le negamos ese
derecho, las conductas salvajes, rugidoras y atronadoras serán inevitables, y la guerra será inevitable, y nosotros, María Luisa y yo, trabajamos precisamente será inevitable, y nosotros, María Luisa y yo, trabajamos precisamente para evitar la guerra.
Las charlas que acompañaron a una cena tan exquisita como tediosamente mundana, disfrutada en una elegante mansión de Tecamachalco, y a un desayuno tan revolucionario como típicamente mexicano, vivido en una humilde casa de seguridad del EPR, terminaron de convencerme, poco antes de partir de la Ciudad de México, de que una obra como ésta podría ser un medio idóneo para contender a distancia y en abstracto, sin que corriera una sola gota de sangre, contra la ignorancia de los cultos aristócratas que habitan en los barrios menos mexicanos de la capital mexicana, y así, conciliando mediante el conocimiento al mundo con México y a la elegancia con la humildad y a los exquisitos de arriba con los típicos de abajo y a lo tedioso que se disfruta con lo revolucionario que simplemente se vive, la obra podría ser también un granito de arena en el empeño colectivo para sosegar y avenir a la particularmente dividida y enardecida sociedad mexicana. Después, en algún pasillo del aeropuerto internacional Benito Juárez, se me ha ocurrido la idea de aclarar dicho propósito desde la introducción. Finalmente, dentro de un Boeing 747, encima de las Nubes y de Groenlandia, me he sentido inspirado para escribir...
Ahora, pocas horas después de aterrizar en Alemania, estoy a punto de concluir una introducción para un libro que nunca se publique... (D. P., Francfort, 20 de enero de 1999)

2. Oporto, 2000: Modesto escaparate para la exhibición verbal
Se publicará el libro, con retraso -¡vaya retraso!-, pero se publicará.
Mucho es lo que ha ocurrido en México durante el tiempo que se ha retrasado
la publicación. Ha surgido un nuevo grupo armado autodenominado Fuerzas Armadas Revolucionarias Populares (FARP), se han registrado nuevas acciones del EPR, ha llegado al poder un presidente panista y el PRI se ha convertido en segunda fuerza. No se ha detenido la historia para esperarnos.
El curso de los acontecimientos nos ha rebasado y sabemos que ya no podremos alcanzarlo. En estas condiciones, lo mejor será quedarse aquí, rezagados, avanzando a nuestro paso, no lamentando el rezago, sino aprovechándolo para soñar, para volar por encima del presente y mirar al futuro, mirarlo desde atrás, desde donde mejor se mira el adelante. A este libro, tan felizmente retrasado, lo preceden ya tres artículos: («O EPR cercado polo siléncio», en Outrasvozes, número 11 de noviembre de 1998. Durante 1999 se publicaron «Aproximación al Ejército Popular Revolucionario», en Resumen Latinoamericano, número 39 (enero); y «EPR, EZLN, ERPI, sem espaços democráticos de participaçom política pacífica», en Abrente, número 13, del mes de julio y una breve selección («Ciberentrevista a periodistas europeos » en el boletín clandestino El Insurgente, número 21 correspondiente al mes de mayo, editado por el propio EPR), que han divulgado parcialmente, con toda celeridad, la entrevista que se llevó a cabo en el espacio virtual. De la otra entrevista, la que ha tenido lugar en una casa de seguridad, no se ha querido adelantar hasta hoy ningún fragmento. Se ha preferido presentarla entera de
una sola vez. Si la hubiéramos revelado poco a poco, citando en ocasiones diferentes pasajes aislados y descontextualizados, para exponer la posición eperrista con respecto a uno u otro asunto, su aportación informativa habría sido escasa y de carácter un tanto ambiguo y contradictorio, mientras que su contenido vivencial, en el que a nuestro juicio reside su principal valor, se habría perdido casi por completo al romperse la unidad de la experiencia subjetiva.
Precisamente al contenido vivencial, que no es fácil abarcar en un pequeño artículo, se ha consagrado toda la primera parte del libro, intitulada Personajes, tiempos y escenarios, en la que se hizo un esfuerzo enorme para describir los escenarios en los que transcurrió la entrevista, retratar a los personajes entrevistados y narrar en el tiempo nuestra experiencia, lo que vivimos, sentimos y pensamos cuando entrevistábamos. Luego, en la segunda parte, que titulamos Palabras leídas y oídas, incluimos fragmentariamente lo informativo, lo no vivencial, esto es, nuestras preguntas a los eperristas y las respuestas que leímos en la pantalla de una computadora o que oímos dentro de una casa de seguridad... ¿Y qué nos propondremos hoy al transcribir informaciones y vivencias relativas al EPR? ¿Seguiremos acaso abrigando el noble propósito de contribuir a la paz disipando la ignorancia? ¿Nos habremos rezagado tanto que ya perdimos de vista la realidad actual y hasta la realidad a secas, total, natural, intemporal? Casi dos años después de la extravagante introducción del 20 de enero de 1999, que salió de una cabeza perturbada por la reclusión todavía demasiado reciente dentro de una casa de seguridad y por dos noches sin dormir y por una buena cantidad de vodka en las nubes, el presente libro ha dejado ya de representar para mí algo tan sumamente útil y trascendental como una iniciativa contra la ignorancia humana y por la paz universal. No deseo ya con él ilustrar ni apaciguar a ninguna víctima de ninguna ignorancia. Me propongo, simplemente, permitirles a los eperristas lo que se les ha permitido muy pocas veces, a saber, decir lo que tengan que decir. Tal vez sean ignorados, y entonces no habremos avanzado gran cosa contra la ignorancia, o tal vez no sean ignorados, pero el efecto de su palabra sea otro muy diferente del esperado, pensemos, por poner dos casos extremos, en la decisión de algún lector de engrosar las filas eperristas o en la reafirmación en otro lector de su odio acérrimo hacia unos sujetos que sólo tienen a su juicio cosas odiosas que decir.
Habiendo puesto los pies en la tierra y habiendo caído al fin bajo el benéfico influjo de la sensatez de María Luisa, me resigno a ser con ella un modesto escaparate para la exhibición verbal, un simple medio para que los eperristas, por su cuenta y riesgo, se exhiban a su manera, con sus palabras, frente al siempre imprescindible público espectador. Y lo de ser un simple medio no debe malinterpretarse. María Luisa y yo somos bien conscientes de que los medios condicionan los fines, de que los eperristas no sólo se mostrarán a su manera con este medio, sino también a la manera del medio, a nuestra manera, a la que les hemos impuesto con nuestras preguntas, así como con el ordenamiento y la elección y la nunca suficientemente mesurada corrección estilística de sus respuestas, pero sobre todo con mi exposición de lo vivencial en la primera parte. Sin embargo, debe concedérsenos que también los eperristas - ¡no faltaba más!-, por lo menos a través de todas las palabras suyas que hemos trascrito literalmente -que son la gran mayoría-, disponen aquí de una oportunidad sin precedentes para mostrarse a su manera, como ellos aseguran que ellos son, y para cuestionar aquellas otras afirmaciones acerca de lo que son
que ellos juzgan como erróneas o engañosas o un producto de incomprensiones o malentendidos. Los eperristas, en efecto, intentarán persuadirles a ustedes, queridos lectores, de que no son ni unos terroristas sin base social, como rezan las declaraciones oficiales; ni los malos entre los guerrilleros, como ha sugerido el gobierno al compararles con los zapatistas; ni unos luchadores por la toma del poder, como les ha caracterizado el subcomandante Marcos; ni servidores de fuerzas ocultas en el seno del narcotráfico y de los sectores más duros del gobierno, como todos hemos sospechado en algún momento; ni el último estertor de las viejas guerrillas de los setentas, como han sentenciado los especialistas en la materia; ni unos trasnochados que están fuera de contexto y que no han sido informados sobre la caída del muro y sobre tantos otros cambios sustanciales en el mundo contemporáneo, como lamentan los consternados intelectuales post-marxistas y post-modernos que todo lo saben. Los eperristas, como es de esperar, aseguran que no son nada de esto. Ustedes podrán creerles o no creerles y creer que mienten. Ellos se esforzarán por convencer de que son sinceros y hablan con la verdad. Ustedes podrán ser tan incrédulos como ustedes quieran. Ellos serán tan insistentes como se les permita ser, tan insistentes como las páginas que se lean. Ustedes serán los que decidan cuándo callar a los insistentes, cuándo cerrar el libro. Nosotros nada tendremos que ver en este duelo a muerte entre ustedes y ellos. A lo sumo seremos una especie de padrinos, los padrinos de ellos, no los de ustedes, pues en este duelo a muerte ya sabemos por anticipado que sólo ellos podrán ser los muertos, no ustedes, que ni siquiera precisan de arma, sino que sólo requieren armarse de un poco de paciencia, o de impaciencia si es que desean que la sangre corra, que sea la sangre la que corra, la sangre y no la tinta.

(D. P., Oporto, 25 de junio del 2000)

3. París, 2001: Valiosa fuente historiográfica
No ha corrido la sangre. Tampoco se ha firmado la paz ni se ha disipado la ignorancia. Todo México está en suspenso,como hipnotizado, con los ojos fijos en su encantador primer mandatario. Los que no han caído en el hechizo, como los zapatistas y los eperristas, se dedican a matar el tiempo de la mejor manera que pueden, los unos viajando en caravana por la República y los otros organizando un Congreso Nacional y disputando con sus disidentes.
La tensa calma foxista, esta pausa en la historia, este aparente no pasa nada que no sea el presidente, nos ha servido a nosotros, a María Luisa y a mí, para serenarnos y charlar de la actualidad mexicana tan despreocupadamente como si fuera la Francia decimonónica: - ¿Pasará Fox a la historia como un Napoleón o como un Napoleón III? -me pregunto preguntándole a María Luisa. Ella me responde sabiamente, sin responder: - Como ninguno de los dos. Nadie puede pasar a la historia como alguien más.
- Lo que me pregunto es si en el futuro se le venerará o se le despreciará...
- En México nunca se sabe, si los napoleones hubieran sido mexicanos, tal vez del primero nadie se acordaría, mientras que el tercero tendría su billete, su avenida, su delegación en el DF y su monumento en Reforma.
- No digas eso -protesto indignado-, la historia es tan injusta en Francia como en México.
María Luisa, familiarizada con el síntoma de susceptibilidad patriótica que suele afectar a los mexicanos en Europa, me ve con ojos burlones, pero de inmediato recuerda que la discriminación positiva de los países del primer mundo resulta políticamente incorrecta, así que se pone seria y asiente con la cabeza.
- Tienes razón -reconoce-, la historia francesa no es menos injusta que la mexicana. En lugar de recordar el nombre de cada uno de los cuatro mil sublevados a los que asesinó el cabrón de Cavaignac en junio, prefiere acordarse del inepto Luis Felipe, del afeminado Lamartine, del imbécil Napoleón III y hasta de un asesino como Cavaignac.
- Se tenía bien merecido que meara sobre su tumba en Montmartre - agrego con voz orgullosa.
- El único acto verdaderamente revolucionario de tu vida -declara despreciativamente María Luisa.
- ¿Y la entrevista con los eperristas? -replico.
- Ellos son los revolucionarios. Tú no eres más que un payaso que no sabe creer en nada.
Entonces comprendo que ha llegado el momento de poner en su lugar a María Luisa:
- Igual que tú -exclamo señalándola con el dedo-, además se te olvida que muchos payasos que ni siquiera creían en la revolución murieron en las barricadas, ebrios, cantando...
- Pero ellos iban a las barricadas.
- Yo fui a una casa de seguridad -me defiendo.
- Nosotros no nos jugamos la vida como ellos -prosigue María Luisa como si no hubiera escuchado mi defensa-, ni estamos cerca de los revolucionarios, sino que nos quedamos aquí, en Europa, bebiendo Burdeos -lo dice llevándose la copa de vino a sus labios- y haciendo gala con los amigos de nuestras aventuras underground con la guerrilla. Esas aventuras no son para nosotros más que un decorado más para nuestras personas, una experiencia intrascendente para hacernos los originales, pero sólo jugamos, no creemos en lo que hacemos ni ponemos en riesgo nuestras vidas. Y lo más duro es que la historia prefiere
acordarse de gentes como nosotros que de los eperristas, de los que no conocemos ni siquiera sus nombres, ni sus caras, ni sus vidas, ni sus opiniones individuales. Ellos, anónimos, pura masa, contándose por miles en México y en el mundo, ellos son el combustible de la historia y deben morir para serlo.
Ello son los que llenan las fosas comunes, los que mueren por miles, como en junio del 48 en Francia, y ellos son los que morirán en México, y nadie se acordará después de ellos, ellos que son de lo más real que está pasando en nuestro país...
- En nuestro país no existe otra cosa que no sea Fox. Sólo existe aquello de lo que se habla, y en México no se habla más que del presidente. Para que los eperristas existan habría que hablar de ellos, nombrarlos, y ni siquiera tú podrías decirme el nombre de las decenas de eperristas que han muerto. En cambio, te aseguro que puedes nombrar centenares de frivolidades sobre Fox, por ejemplo, esas botas que le regaló a Bush. En nuestro mundo, un par de botas existe más que un par de eperristas encarcelados o muertos o en peligro de muerte. Y la historia no les hará justicia a estos eperristas...
- Es decir -precisa María Luisa-, a una de cosas más reales que existen y que están pasando en nuestro país...
- Te haces ilusiones -le contesto-, probablemente antes, cuando atacaban con mayor frecuencia los cuarteles militares, poseían algo de existencia real, aunque nunca tanta como las botas de Bush. Pero ahora no. Los eperristas, como casi todos los de abajo, deben matar si quieren existir, pues sólo matando se les nombrará y se hablará de ellos. Nadie se da cuenta de que a los eperristas se les está obligando a matar. Sólo matando existen, y sólo existiendo pueden luchar por lo que desean y conseguirlo. Mientras que el gobierno y los medios informativos sigan ocupándose de frivolidades foxistas, y silenciando los comunicados y las demás palabras eperristas, ese gobierno y esos medios informativos estarán obligando a los guerrilleros a existir y luchar por otros medios que los verbales.
- Y por más que se les obligue a matar -añade María Luisa con una sonrisa irónica-, los eperristas se resisten y optan por seguir emitiendo comunicados, organizando congresos y respondiendo entrevistas.
- Sí, optan por los medios verbales, pero nadie les hace caso, de modo que no existen...
- ¡Y nosotros los haremos existir gracias a nuestro libro! -exclama carcajeándose María Luisa.
- Eso mero.
- De modo que seremos como dioses, seremos los creadores de los eperristas, ellos serán nuestras criaturas...
Y María Luisa continuó burlándose de mí en los mismos términos, mientras que yo, resignado a no ser nunca tomado en serio, me ensimismé reflexionando acerca de las capacidades ontogenéticas de una fuente historiográfica tan valiosa como la presente.

(D. P., París, 21 de junio de 2001)

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